El dinero en sí mismo no es ni bueno ni malo, todo depende del uso que hagamos de él, si lo usamos para el bien, es bueno, si lo usamos para el mal, es malo.

No podemos negar que hoy por hoy, debido a la barbarie humana, el dinero resulta ser de hecho un factor básico en la vida práctica.

Lo grave no está en conseguir dinero, lo grave está en la codicia. La humanidad actual es tremendamente codiciosa.

Las gentes dependen del dinero para su propia felicidad. Quieren dinero y más dinero, no se contentan con PAN, ABRIGO Y REFUGIO, quieren más dinero del que se necesita para tener PAN, ABRIGO Y REFUGIO.

Conocemos en el sistema capitalista individuos que tienen más de mil casas que les producen jugosas entradas mensuales, y además tienen haciendas y carros último modelo para transportarse.

Esa clase de sujetos no necesitan mil casas para vivir en ellas, tampoco necesitan muchas tierras para cultivar los alimentos. Ni mucho menos pueden necesitar 30 o 40 coches de lujo para transportarse de un lugar a otro.

Realmente esta clase de individuos ha perdido su tiempo miserablemente dedicando todos sus esfuerzos a conseguir todas esas cosas inútiles. Ciertamente esos individuos son ociosos, vagabundos de la mente, fantásticos soñadores utopistas.

Los gobiernos no deben ciertamente acabar con la libre iniciativa de los pueblos y de los individuos, pero sí debe establecer muy fuertes gravámenes para esos grandes capitales.

Esa clase de poderosos debe pagar los más grandes impuestos, para beneficio de las obras públicas, educación, higiene, etc., etc., etc.

Además de la cuestión del reparto mensual de las utilidades sobre el capital entre los trabajadores, es claro que el capital viene a quedar en manos de los trabajadores. El capital debe ser de quien lo trabaja. Los trabajadores trabajan el capital.

Necesitamos dinero, eso es obvio, pero cuando el dinero se convierte en una necesidad psicológica, cuando lo utilizamos con otros propósitos diversos de los que tienen en sí mismo, cuando dependemos de él para conseguir fama, prestigio, posición social, entonces el dinero asume ante la mente una importancia que no tiene, una importancia tremendamente exagerada y desproporcionada, de aquí se origina la lucha y los tremendos problemas por poseerlo.

Débese distinguir las necesidades fundamentales, de las necesidades PSICOLÓGICAS.

PAN, ABRIGO Y REFUGIO son necesidades vitales fundamentales, eso es obvio.

Posición social, grandes casinos, mesas de juego, últimas modas, lujosos carruajes, etc., etc., eso no se necesita, eso es absurdo.

En el fondo de toda esta cuestión lo que el ego quiere es satisfacción, goza sintiéndose satisfecho.

El yo busca satisfacción, quiere satisfacción y es apenas normal que busque aquellas sensaciones que pueden darle la anhelada satisfacción.

El EGO quiere sensaciones de riqueza, buenos banquetes, sensaciones de poderío, lujo y vanidad, todo esto con el único propósito de sentirse satisfecho.

Nosotros debemos comprender muy a fondo la naturaleza de la sensación y de la satisfacción, si es que realmente anhelamos la disolución del yo.

La sensación y la satisfacción son trabas de la mente. Debemos libertar la mente de esas trabas, y eso sólo es posible por medio de la comprensión.

Es urgente empezar por comprender en forma íntegra aquellas sensaciones y satisfacciones más familiares.

Es necesario establecer allí, precisamente allí, el cimiento adecuado y preciso para la comprensión.

Necesitamos auto-observarnos, tener conciencia de nuestras propias sensaciones y satisfacciones personales.

Existen muchos tipos de satisfacción y de sensación y por lograr eso, cometemos el error de perder el tiempo miserablemente dedicados únicamente a conseguir fortuna.

Unos quieren sensaciones de riqueza, poder, mando, etc. Otros quieren sensaciones sexuales, conseguir mujeres y más mujeres, etc. Son innumerables las sensaciones que conducen inevitablemente a satisfacciones miserables, indignas y sucias.

Quienes andan en busca de sensaciones sucias, quienes andan en busca de satisfacciones estúpidas, no tienen el menor inconveniente en explotar a sus semejantes, se vuelven espantosamente crueles y codiciosos, avaros y astutos.

Analice usted querido lector cuáles son las sensaciones que más les gustan, qué tipo de satisfacciones desea. Si usted querido lector quiere de verdad disolver el yo, se hace necesario que comprenda a fondo y en todos los niveles de la mente, lo que son sus sensaciones y satisfacciones personales.

La sensación y la satisfacción sirven de fundamento al yo.

Cuando comprendemos nuestra justa relación con el dinero, termina de hecho el dolor del desprendimiento, y el espantoso sufrimiento que nos produce la competencia.

No se trata de renunciar al dinero, ni de codiciarlo, lo importante es sabernos relacionar con él, en forma recta.

Nosotros conocimos el caso de un hombre que no tenía jamás dinero, visitaba a las gentes dedicadas a los estudiosos espirituales, y todas esas gentes le brindaban pan, abrigo y refugio.

Este hombre decía: yo no necesito dinero porque si tengo hambre, cualquier amigo me da de comer, y si tengo sed cualquiera me da de beber, y si necesito viajar, cualesquiera me regala el pasaje, y si necesito recrearme en algún jardín me siento en alguna silla para recrearme en él, el jardinero trabaja para mí. El dueño de casa tiene bonitos muebles, para que yo me siente en ellos, etc., etc., etc.

No hay duda de que este hombre era un tremendo egoísta enamorado de sí mismo, siempre pensó ese hombre en lo que los demás le brindarían, pero jamás pensó en corresponder, en dar, en hacerle a los demás la vida más grata. Así es como entre el incienso de la oración también se esconde el delito.

Nosotros no debemos caer en semejantes errores. Lo indispensable es aprender a relacionarnos con el dinero.

Necesitamos dinero para cubrir nuestras necesidades físicas inmediatas, desgraciadamente la necesidad se transforma en codicia, hoy en día nuestra relación con el dinero se basa en la codicia.

Debemos aprender a diferenciar las necesidades físicas inmediatas, y las necesidades psicológicas. Es necesario saber dónde termina la necesidad y donde comienza la codicia.

Hoy en día las gentes no se contentan con pan, abrigo y refugio, quieren conseguir dinero y más dinero para cosas que no son pan, abrigo y refugio.

El yo psicológico dándose cuenta de su propia vaciedad y miseria, quiere ser grande, y para ello busca dinero y más dinero.

El codicioso sufre y hace sufrir, se amarga la vida a sí mismo, y se la amarga a los demás.

La codicia es la causa secreta del odio y de las brutalidades de este mundo, muchas veces estas brutalidades suelen asumir aspectos legales.

Si queremos que se acabe la codicia en el mundo, debemos empezar por acabarla dentro de nosotros mismos, porque nosotros somos el mundo.

Necesitamos comprender a fondo todos los procesos complejos de la codicia, si es que realmente queremos llegar a la disolución del yo.

Es urgente comprender en forma íntegra el proceso de la codicia en todos los niveles de la mente. Sólo así podremos realizar sobre la tierra, el Cristo Social.

Es necesario que los gobiernos democráticos democraticen todos los sistemas del crédito.

Hoy en día todos los sistemas del crédito son burgueses y crueles. Sólo se le conceden créditos a los poderosos, no hay créditos para los pobres trabajadores.

Los gobiernos deben democratizar el crédito. Es necesario que de los distintos sistemas de crédito participen el humilde barrendero y el elegante doctor, el pobre policía, y el general de división, la humilde mesera, y el cargador de bultos pesados, etc., etc., etc.

El Partido Socialista Cristiano Latinoamericano debe luchar por la democratización del crédito.

No es justo que hombres y mujeres hábiles para el trabajo, sucumban de hambre y miseria, habiendo tanto dinero.

Es necesario aprender a utilizar el dinero sabiamente. Sólo así podemos acabar con el hambre y la miseria.

Si bien es cierto que el individuo tiene que adaptarse a la sociedad, también es cierto que la sociedad debe adaptarse al individuo.

Resulta tremendamente cruel y absurdo el que se le dé dinero a crédito a los poderosos, y no se le dé a los trabajadores.

La democratización del crédito puede acabar con el hambre y la miseria. La democratización del crédito transformaría la vida económica de los pueblos haciéndola rica con el trabajo fecundo y creador.

Dinero hay mucho, lo malo es que está mal distribuido. A la puerta de los ricos lloran los infelices.

Hoy en día el crédito sólo es para los poderosos. Así se cumple el dicho vulgar que dice: “Al que tiene caballo le dan caballo, y al que no tiene caballo le dan caballazos”.

Volver al Índice – El Cristo Social por Samael Aun Weor