Hace algunos años, en una controversia memorable Gore Vidal acusó a Norman Podhoretz – editor en aquél momento de Commentary, la publicación del Comité Judío Norteamericano – de ser poco americano.[7]  La prueba era que Podhoretz le daba menos importancia a la Guerra de Secesión – “el gran evento unitario que le continúa dando resonancia a nuestra República” – que a los problemas judíos. Sucedía que, en aquél entonces, era la “Guerra Contra los Judíos” y no “La Guerra Entre los Estados” lo que figuraba de un modo más central en la vida cultural norteamericana. La mayoría de los profesores universitarios pueden confirmar que hay más alumnos capaces de ubicar al holocausto nazi en el siglo correcto y citar el número de muertos que alumnos capaces de responder con igual exactitud respecto de la Guerra de Secesión. De hecho, el holocausto nazi es casi la única referencia histórica que resuena hoy en las aulas universitarias. Las encuestas revelan que hay más alumnos que pueden identificar al Holocausto, que alumnos capaces de identificar a Pearl Harbour o al bombardeo atómico del Japón.

Sin embargo, hasta hace bastante poco, el holocausto nazi apenas si figuraba en la vida norteamericana. Entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y fines de los 1960, sólo un puñado de libros y películas tocó el tema. Había sólo un curso universitario en los EE.UU. dedicado al asunto.[8] Cuando Hannah Arendt publicó Eichmann in Jerusalemen 1963, tuvo a su disposición solamente dos estudios académicos en inglés sobre los cuales basarse: The Final Solution  de Gerald Reitlinger y The Destruction of the European Jews de Raul Hilberg.[9] La obra principal de Hilberg, por su parte, apenas si había visto la luz. Su mentor de la Universidad de Columbia, el teórico social judeo-alemán Franz Neumann lo quiso disuadir enérgicamente de escribir sobre el tema (“es tu funeral”), y no hubo universidad ni editor conocido que quisiera tocar el manuscrito. Cuando terminó siendo publicado, The Destruction of the European Jews recibió sólo unas pocas, mayormente críticas, reseñas.[10]

No sólo los norteamericanos sino hasta los judíos norteamericanos, incluyendo a los intelectuales judíos, le prestaron poca atención al holocausto nazi. En un confiable análisis de 1957, el sociólogo Nathan Glazer informó que la Solución Final nazi (al igual que Israel) “tenían notoriamente poca influencia en la vida interior de la judería norteamericana”.

En 1961, en un simposio organizado por Commentary sobre “Judeidad y los intelectuales más jóvenes”, sólo dos de treinta y un participantes subrayó su impacto. De modo similar, el tema fue casi completamente ignorado por una mesa redonda convocada por el diario Judaism de 21 judíos norteamericanos religiosos sobre el tema “Mi afirmación judía”.[11] No había ni monumentos ni recordatorios que hiciesen referencia al holocausto nazi en los Estados Unidos. Por el contrario, las principales organizaciones judías se oponían a una monumentalización de esa clase. La pregunta es ¿por qué?

La explicación estándar es que los judíos estaban traumatizados por el holocausto nazi y, por lo tanto, reprimieron el recuerdo del mismo. De hecho, no hay pruebas que apoyen esta conclusión. Sin duda, algunos sobrevivientes – ya sea entonces o en años posteriores – no querían hablar de lo que sucedió. Sin embargo, muchos otros sí deseaban hablar – y mucho – y no cesaban de hablar de ello cada vez que se daba la ocasión.[12] El problema era que los norteamericanos no querían escuchar.

La verdadera razón para el silencio público sobre el exterminio nazi fueron las políticas conformistas de la dirigencia judía norteamericana y el clima político de los Estados Unidos de postguerra. Tanto en cuestiones domésticas como internacionales, las élites judías norteamericanas[13] acompañaban muy de cerca la política oficial de los EE.UU. Al hacerlo, facilitaban de hecho los tradicionales objetivos de asimilación y acceso al poder. Con el comienzo de la guerra fría, las principales organizaciones judías saltaron a la lucha. Las élites judías norteamericanas “olvidaron” el holocausto nazi porque Alemania – Alemania Occidental para 1949 – se convirtió en un aliado norteamericano de postguerra crucial para el enfrentamiento entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. El desenterrar el pasado no servía a ningún propósito útil; de hecho, sólo complicaba las cosas.

Con reticencias menores (pronto descartadas) las principales organizaciones judías norteamericanas rápidamente se alinearon  con los EE.UU. en el apoyo a una Alemania rearmada y apenas des-nazificada. El Comité Judío Norteamericano (AJC = American Jewish Committee), fue el primero en predicar las virtudes del alineamiento, temeroso de que “cualquier oposición organizada por parte de los judíos norteamericanos a la nueva política exterior, o al rumbo estratégico, pudiese aislarlos a los ojos de la mayoría no-judía y poner en peligro sus logros de postguerra en el ámbito local”.  El pro-sionista Congreso Mundial Judío (WJC = World Jewish Congress) y su filial norteamericana dejaron de oponerse después de firmar un acuerdo de indemnizaciones con Alemania a principios de los años 1950, mientras que la Liga Anti-Difamación (ADL = Anti-Defamation League) fue la primer organización judía importante en enviar una delegación oficial a Alemania en 1954. En conjunto, estas organizaciones colaboraron con el gobierno de Bonn para contener la “ola antialemana” del sentimiento popular judío.[14]

Hubo aún otra razón adicional para que la Solución Final fuese un tema tabú para las élites judías norteamericanas. Los judíos izquierdistas, que se oponían al resultado de la Guerra Fría que fue el alineamiento con Alemania en contra de la Unión Soviética, no cesaban de insistir con el tema. El recuerdo del holocausto nazi terminó etiquetado de causa comunista. Atrapados por el estereotipo que identificaba a los judíos con la izquierda – de hecho, los judíos representaron un tercio de los votos obtenidos por el candidato presidencial progresista Henry Wallace en 1948 – las élites judías norteamericanas no vacilaron en sacrificar a congéneres judíos sobre el altar del anticomunismo. Ofreciendo sus archivos de supuestos judíos subversivos a las agencias del gobierno, el AJC y la ADL colaboraron activamente en la caza de brujas de la era McCarthy. El AJC apoyó la pena de muerte para el matrimonio Rosenberg mientras su publicación mensual, Commentary, editorializaba diciendo que los Rosenberg no eran realmente judíos.

Temiendo una asociación con la izquierda, tanto dentro como fuera de los EE.UU., las principales organizaciones judías se opusieron a una cooperación con los socialdemócratas antinazis alemanes, así como al boicot de la industria alemana y a las demostraciones públicas contra ex-nazis de viaje por los EE.UU. Por el otro lado, prominentes disidentes alemanes como el pastor Martin Niemöller, que había pasado ocho años en campos de concentración y que se oponía a la cruzada anticomunista, sufrieron la humillación de los líderes judíos norteamericanos cuando visitaron los EE.UU. Ansiosos de agrandar sus credenciales anticomunistas, las élites judías hasta apoyaron financieramente y  se inscribieron en organizaciones de extrema derecha como el All-American Conference to Combat Communism y miraron para otro lado cuando veteranos nazis de las SS ingresaron al país.[15]

La judería norteamericana organizada, constantemente ansiosa de congraciarse con las élites gobernantes norteamericanas y disociarse de la izquierda judía, sólo invocó el holocausto nazi en un contexto especial: para denunciar a la URSS. Un memorandum del AJC citado por Novick notaba con entusiasmo: “La política (antijudía) soviética abre oportunidades que no deben ser pasadas por alto para reforzar ciertos aspectos del programa local del AJC”.  En forma típica, esto implicaba asociar la Solución Final nazi con el antisemitismo ruso. “Stalin tendrá éxito allí dónde Hitler fracasó” – predijo lúgubremente el Commentary – “Terminará eliminando a los judíos de Europa Central y del Este . . . El paralelo con la política de exterminio nazi es casi perfecto”.  Las principales organizaciones judías norteamericanas hasta denunciaron la invasión soviética de Hungría en 1956 como “solamente la primera estación en el camino hacia un Auschwitz ruso”.[16]

Todo cambió con la guerra árabe-israelí de 1967. En prácticamente todos los aspectos fue sólo después de este conflicto que El Holocausto se convirtió en un deporte de la vida judía norteamericana.[17] La explicación convencional de esta transformación es que el extremo aislamiento y la vulnerabilidad de Israel durante la guerra de Junio revivió la memoria del exterminio nazi. De hecho, este análisis distorsiona tanto las relaciones de poder en Medio Oriente, existentes por aquella época, como la naturaleza de la relación que se estaba estableciendo entre las élites judías norteamericanas e Israel.

Así como las principales organizaciones judías norteamericanas minimizaron el holocausto nazi en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial para actuar conforme a las prioridades del gobierno norteamericano en la Guerra Fría, del mismo modo sus actitudes para con Israel siguieron el paso de la política norteamericana. Sus mayores temores eran que la actitud frente a Israel otorgara credibilidad a la acusación de “doble lealtad”. Estos temores se intensificaron a medida en que avanzó la Guerra Fría. Ya antes de la fundación del Estado de Israel, los dirigentes judíos norteamericanos manifestaron su preocupación por el hecho de que la dirigencia israelí, que era de izquierda y provenía mayormente de Europa Oriental, pudiese unirse al bloque comunista. Si bien terminaron abrazando la campaña impulsada por los sionistas en pro de un Estado judío, las organizaciones judías norteamericanas monitorearon atentamente y se ajustaron a las señales de Washington. En realidad, el AJC apoyó la fundación del Estado de Israel principalmente por el temor a que se produjese un revés local en contra de los judíos si se conseguía asentar las personas desplazadas de origen judío en Europa.[18] Si bien Israel se alineó con Occidente poco después de la formación del Estado, muchos israelíes, tanto en el gobierno como fuera de él, mantuvieron un fuerte afecto por la Unión Soviética. Como era predecible, los dirigentes judíos norteamericanos mantuvieron a Israel a prudente distancia.

Desde su fundación en 1948 hasta Junio de 1967 Israel no figuró de modo central en la planificación norteamericana. Cuando la dirigencia judía de Palestina se preparó a declarar el Estado de Israel, el presidente Truman vaciló sopesando consideraciones domésticas (el voto judío) y la alarma del Departamento de Estado (el apoyo a un Estado judío alienaría al mundo árabe). Para asegurar los intereses de los EE.UU. en Medio Oriente, la administración Eisenhower equilibró su apoyo a Israel con otro por las naciones árabes, favoreciendo sin embargo a los árabes.

Los encontronazos de Israel con los EE.UU. sobre cuestiones políticas culminaron en la crisis del Canal de Suez de 1956, cuando Israel se complotó con Gran Bretaña y Francia para atacar al líder nacionalista egipcio Gamal Abdel Nasser. Si bien la fulminante victoria de Israel y su conquista de la Península del Sinaí llamó la atención sobre su potencial estratégico, los EE.UU. siguieron considerándolo tan sólo como una posesión regional entre varias otras. De acuerdo con ello, el presidente Eisenhower forzó la retirada israelí completa, virtualmente incondicional, del Sinaí. Durante la crisis, los dirigentes judíos norteamericanos por un corto tiempo apoyaron los esfuerzos de Israel en resistir las concesiones exigidas por EE.UU. pero, al final, como recuerda Arthur Herzberg, “prefirieron aconsejar a Israel a ceder (ante Eisenhower) antes que oponerse a los deseos del líder de los EE.UU.”[19]

Poco después de su constitución como Estado, Israel prácticamente desapareció del horizonte de la vida judía norteamericana, excepto como un ocasional destinatario de caridad. De hecho, Israel no era tan importante para los judíos norteamericanos. En su análisis de 1957, Nathan Glazer informaba que “Israel tiene notablemente escasa influencia sobre la vida interna de la judería norteamericana”.[20] La cantidad de miembros de la Organización Sionista de los EE.UU. de cientos de miles en 1948 cayó a decenas de miles durante los años 1960. Sólo 1 cada 20 judíos norteamericanos quiso visitar Israel antes de Junio de 1967. En su reelección de 1956 – que ocurrió inmediatamente después de que forzó la humillante retirada del Sinaí – Eisenhower recibió un apoyo judío aún mayor del considerable que ya tenía. A principios de los 1960 Israel hasta tuvo que soportar un reto por el secuestro de Eichmann de parte de sectores de la élite de la opinión judía como Joseph Proskauer, ex-presidente del AJC, el historiador de Harvard Oscar Handlin y el Washington Post cuyos propietarios eran judíos. Erich Fromm opinó: “el secuestro de Eichmann es un acto de ilegalidad de exactamente la misma clase de que los mismos nazis . . .  han sido culpables.”[21]

A lo largo del espectro político, los intelectuales judíos norteamericanos demostraron ser especialmente indiferentes al destino de Israel. Los estudios de los intelectuales judíos neoyorquinos de la izquierda liberal a lo largo de la década de 1960 apenas si mencionan a Israel.[22]  Justo antes de la guerra de Junio, el ACL patrocinó un simposio sobre “Identidad Judía, Aquí y Ahora”. Sólo tres de los 31 “mejores cerebros de la comunidad judía” tan siquiera aludieron a Israel; dos lo hicieron solamente para descartar su relevancia.[23] Tanto como para la ironía: casi los únicos dos intelectuales que forjaron un lazo con Israel antes de Junio de 1967 fueron Hannah Arendt y Noam Chomsky.[24]

Después, vino la guerra de Junio. Los EE.UU., impresionados por la devastadora demostración de fuerza por parte de Israel, decidieron incorporarla a su patrimonio estratégico. (Ya antes de la guerra de Junio los EE.UU. se habían cautamente inclinado por Israel, ante el curso cada vez más independiente que tomaron los regímenes de Egipto y Siria hacia mediados de los 1960). A medida en que Israel se convertía en un delegado de los EE.UU. en Medio Oriente, la ayuda militar y económica comenzó a llegar.

Para las élites judías norteamericanas, la subordinación de Israel al poder norteamericano fue un premio. El sionismo había surgido de la premisa que la asimilación era una ilusión, que los judíos siempre serían percibidos como extranjeros potencialmente desleales. Para resolver este dilema, los sionistas propusieron establecer un hogar nacional para los judíos. De hecho, la fundación de Israel exacerbó el problema; en todo caso para la judería de la diáspora: le otorgó expresión institucional a la acusación de doble lealtad. Paradójicamente, después de Junio de 1967 Israel facilitó la asimilación en los EE.UU.: los judíos ahora estaban en las primeras filas defendiendo a los Estados Unidos – y hasta a toda la “Civilización Occidental” – enfrentando a las retrógradas hordas de los árabes. Mientras antes de 1967 Israel representaba el peligro de la doble lealtad, ahora connotaba una super-lealtad. Después de todo, no eran norteamericanos sino israelíes los que luchaban y morían protegiendo los intereses de los EE.UU. Y, a diferencia de los soldados norteamericanos en Vietnam, los combatientes israelíes no resultaban humillados por advenedizos del Tercer Mundo.[25]

Consecuentemente, las élites judías norteamericanas de repente descubrieron a Israel. Después de 1967, el impulso militar de Israel podía ser celebrado porque sus fusiles apuntaban en la dirección apropiada – hacia los enemigos de los EE.UU. Su idoneidad militar hasta podía facilitar la entrada al sagrado interior del poder norteamericano. Antes de eso las élites judías sólo podían ofrecer unas pocas listas de subversivos judíos; ahora podían figurar como los interlocutores naturales de la más reciente adquisición estratégica norteamericana. De actores de reparto ahora podían avanzar al estrellato en el drama de la Guerra Fría. De este modo, tanto para la judería norteamericana como para los EE.UU., Israel se convirtió en una adquisición estratégica.

En una memoria publicada justo antes de la guerra de Junio, Norman Podhoretz recordó alegremente el haber estado en una cena en la Casa Blanca en la que “no había una sola persona que no estuviese visible y absolutamente desbordante de placer por estar allí”.[26] Si bien ya era editor de Commentary, el principal periódico judío norteamericano, su memoria incluye solamente una mención superficial a Israel. ¿Qué tenía Israel para ofrecerle a un judío norteamericano ambicioso? En una memoria posterior, Podhoretz recordó que después de Junio de 1967 Israel se convirtió en “la religión de los judíos norteamericanos”.[27] Convertido en un prominente partidario de Israel, Podhoretz ahora podía presumir, no sólo de asistir a una cena en la Casa Blanca sino hasta de entrevistarse cara a cara con el presidente para deliberar sobre asuntos de Interés Nacional.

Después de la guerra de Junio, las principales organizaciones norteamericanas trabajaron a tiempo completo para consolidar la alianza norteamericano-israelí. En el caso de la ADL esto incluyó una amplia operación de vigilancia doméstica con lazos a la inteligencia Israelí y Sudafricana.[28] La cobertura de Israel en el New York Timesaumentó dramáticamente después de Junio de 1967. Las citas de 1955 y 1965 sobre Israel en el New York Times Index ocuparon, cada una, 60 pulgadas de columna. Las citas de Israel en 1975 ocuparon 260 pulgadas de columna en su totalidad. “Cuando quiero sentirme mejor” – reflexionó Wiesel en 1973 – “me dedico a las cuestiones sobre Israel en el New York Times[29] Al igual que Podhoretz, muchos de los más conocidos intelectuales judíos norteamericanos encontraron de repente su “religión” después de la guerra de Junio. Novick informa que Lucy Davidowicz, la decana en literatura sobre el Holocausto, había sido alguna vez una “aguda crítica de Israel”. En 1953 esta mujer había sentenciado que Israel no podía exigirle indemnizaciones a Alemania mientras evadía su responsabilidad por los palestinos desplazados: “La moralidad no puede ser tan flexible”. Sin embargo, casi inmediatamente después de la guerra de Junio, Davidowicz se convirtió en una “ferviente partidaria de Israel”, aclamándolo como “el paradigma corporativo para la imagen ideal del judío en el mundo moderno.”[30]

Un recurso favorito de los renacidos sionistas posteriores a 1967 fue el de contraponer tácitamente su propio manifiesto apoyo a un Israel supuestamente sitiado frente a la pusilanimidad de la judería norteamericana durante El Holocausto. En realidad, estaban haciendo exactamente lo que las élites judías norteamericanas siempre han hecho: marchando a paso acompasado junto al poder norteamericano. Las clases educadas demostraron ser particularmente capaces de adoptar poses heroicas. Considérese al crítico social liberal de izquierda Irving Howe. En 1956,  Dissent, el periódico editado por Howe, condenó al “ataque combinado a Egipto” como “inmoral”. Si bien estaba realmente librado a sus propias fuerzas, Israel resultó acusado de “chauvinismo cultural”, un “casi mesiánico sentido de destino manifiesto” y “un soterrado expansionismo”.[31] Después de la guerra de Octubre de 1973, cuando culminó el apoyo norteamericano a  Israel, Howe publicó un manifiesto personal “pleno de una ansiedad tan intensa” en defensa del aislado Israel. El mundo gentil, se lamentó parodiando el estilo de Woody Allen, estaba empapado de antisemitismo. Hasta en el Alto Manhattan, clamó, Israel ya no era “chic”: todo el mundo, aparte de él mismo, estaba supuestamente obnubilado con Mao, Fanon y Guevara.[32]

Como adquisición estratégica de los EE.UU. Israel no careció de críticos. Aparte de la creciente censura internacional por rehusarse a negociar un acuerdo con los árabes según las resoluciones de las Naciones Unidas y su truculento apoyo a las ambiciones globales norteamericanas,[33] Israel tuvo que enfrentar también al disenso local dentro de los EE.UU. En círculos gubernamentales norteamericanos, los llamados “arabistas” sostenían que el poner todos los huevos en la canasta israelí, ignorando a las élites árabes, socavaba los intereses nacionales de los EE.UU.

Algunos argumentaron que la subordinación de Israel al poder norteamericano y la ocupación de Estados árabes vecinos, no sólo estaba mal por principio sino que resultaba adverso hasta para los propios intereses israelíes. Israel se volvería cada vez más militarizado y alienado del mundo árabe. Sin embargo para los nuevos “partidarios” norteamericanos de Israel, un discurso semejante rayaba en la herejía: un Israel independiente, en paz con sus vecinos, carecía de valor; un Israel alineado con las corrientes del mundo árabe que buscaban independizarse de los EE.UU. era un desastre. Solamente una Esparta israelí , obligada a los EE.UU. podía servir, porque solamente entonces podrían los dirigentes judíos estadounidenses actuar de voceros de las ambiciones imperiales norteamericanas. Noam Chomsky sugirió que estos “partidarios de Israel” fuesen llamados “partidarios de la degeneración moral y destrucción final de Israel”.

A fin de proteger su adquisición estratégica, las élites norteamericanas “recordaron” el Holocausto.[34] La historia oficial dice que lo hicieron porque, por la época de la guerra de Junio, creyeron que Israel estaba en peligro mortal y les asaltó el miedo de que hubiese un “segundo Holocausto”. Este argumento no resiste el análisis.

Considérese la primera guerra árabe-israelí. En 1948, a la víspera de la independencia, la amenaza bajo la cual se hallaban los judíos palestinos parecía por lejos más funesta. David Ben-Gurion declaraba que “700.000 judíos” estaban “enclavados contra 27 millones de árabes – uno contra cuarenta”. Los Estados Unidos se unieron a las Naciones Unidas en un embargo de armas para la región, consolidando la clara ventaja en armamento de la que gozaban los ejércitos árabes. El miedo a otra Solución Final nazi obsesionó a la judería norteamericana. Deplorando que ahora los Estados árabes estaban “armando al secuaz de Hitler, el Mufti, mientras los EE.UU. están implementando su embargo de armas” el AJC anticipó “un suicidio en masa y un holocausto completo en Palestina”. Hasta el Secretario de Estado, George Marshall, y la CIA abiertamente predijeron una derrota judía en el caso de una guerra.[35] Si bien “ganó el contendiente más fuerte” (historiador Benny Morris), no fue un paseo para Israel. Durante los primeros meses de la guerra, a principios de 1948, y especialmente cuando se declaró la independencia en Mayo, el jefe de las operaciones del Haganah, Yigael Yadin, calculó las posibilidades de supervivencia para Israel en “cincuenta-cincuenta”. Sin un trato secreto de armas checas, Israel probablemente no hubiera sobrevivido.[36] Después de combatir durante un año, Israel sufrió 6.000 bajas, el 1% de su población. ¿Por qué, entonces, El Holocausto no se convirtió en el foco de la vida judía norteamericana después de la guerra de 1948?

Israel demostró ser por lejos menos vulnerable en 1967 que en su lucha por la independencia. Los dirigentes israelíes y norteamericanos sabían de antemano que Israel triunfaría fácilmente y en un par de días en una guerra contra sus vecinos árabes. Novick informa que: “Hubo sorprendentemente escasas referencias al Holocausto en la movilización judía norteamericana en favor de Israel antes de la guerra”.[37] La industria del Holocausto emergió de repente sólo después del devastador despliegue de poderío militar y floreció en medio de un extremo triunfalismo israelí.[38] El esquema interpretativo convencional no puede explicar estas anomalías.

Según lo que sostiene la historia convencional, los perturbadores reveses iniciales durante la guerra árabe-israelí de Octubre de 1973 y el aislamiento internacional posterior, exacerbaron el miedo de los judíos norteamericanos por la vulnerabilidad de Israel. De acuerdo con ello, la memoria del Holocausto se desplazó hacia el centro de la escena. Novick, en su típico estilo informa: “Entre los judíos norteamericanos . . . la situación de un Israel vulnerable y aislado empezó a ser considerada como terriblemente similar a la de la judería europea de treinta años antes . . . El discurso sobre el Holocausto no sólo »despegó« en los EE.UU. sino que se volvió progresiva (sic) institucionalizado” (34). Sin embargo Israel había estado más al borde del precipicio y, tanto en términos absolutos como relativos, había sufrido más bajas en 1948 que en 1973.

Es cierto que, fuera de su alianza con los EE.UU., Israel perdió el favor internacional después de la guerra de Octubre de 1973. Compárese esto, sin embargo, con la guerra de Suez de 1956. A la víspera de la invasión del Sinaí, tanto Israel como la judería norteamericana organizada alegaron, que “una retirada completa del Sinaí socavaría fatalmente los intereses vitales de Israel: su existencia como Estado”.[39] Así y todo, la comunidad internacional se mantuvo firme. Describiendo su brillante desempeño ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, Abba Eban recordó con pena, sin embargo, que “después de aplaudir el discurso con un vigoroso y sostenido aplauso, procedió a votar contra nosotros por una amplia mayoría”[40] Los EE.UU. figuraron destacadamente en este consenso. Eisenhower no sólo forzó la retirada israelí sino que el apoyo público en los EE.UU. cayó en una “espeluznante declinación” (historiador Peter Grose).[41] Por contraste, inmediatamente después de la guerra de 1973, los EE.UU. le suministraron a Israel una masiva ayuda militar, mucho más grande de la ya otorgada durante los cuatro años anteriores juntos, mientras la opinión pública norteamericana respaldaba firmemente a Israel.[42] Esta fue la ocasión en que “el discurso sobre El Holocausto. . . »despegó« en los EE.UU. “, en un momento en que Israel se hallaba menos aislado que en 1956.

De hecho, la industria del Holocausto no se desplazó al centro del escenario porque inesperados reveses de Israel, o porque una condición de paria después de Octubre de 1973 reavivasen recuerdos de la Solución Final.  Más bien fue el impresionante despliegue militar de Sadat, demostrado en la guerra de Octubre, lo que convenció tanto a las élites norteamericanas como israelíes de que un acuerdo diplomático con Egipto, incluyendo la devolución de las tierras conquistadas en Junio de 1967, ya no podía ser evitado. Para aumentar la palanca negociadora de Israel, la industria del Holocausto aumentó sus cuotas de producción. La cuestión crucial es que, después de la guerra de 1973, Israel no estuvo aislada de los EE.UU.: esos sucesos se desarrollaron dentro del esquema de la alianza norteamericano-israelí, la que permaneció íntegramente intacta. [43] Los registros históricos sugieren fuertemente que, si Israel se hubiese quedado realmente solo después de la guerra de Octubre, las élites judías norteamericanas no hubieran recordado el holocausto más de lo que lo hicieron después de las guerras de 1948 o 1956.

Novick ofrece explicaciones complementarias que son menos convincentes todavía. Citando a académicos religiosos judíos, por ejemplo, sugiere que “la Guerra de los Seis Días ofreció una teología popular de »Holocausto y Redención« “. La “luz” de la victoria de Junio de 1967 redimió la “oscuridad” del genocidio nazi: “le dio a Dios una segunda oportunidad”. El Holocausto pudo surgir en la vida norteamericana sólo después de Junio de 1967 porque “el exterminio de la judería europea llegó a (un) – si no feliz al menos viable – final.” Sin embargo, en los relatos judíos usuales no es la guerra de Junio sino la fundación de Israel la que marca la redención. ¿Por qué el Holocausto tuvo que esperar hasta una segunda redención? Novick sostiene que la “imagen de los judíos como héroes militares” en la guerra de Junio “operó para borrar el estereotipo de víctimas débiles y pasivas que. . . previamente había inhibido la discusión del Holocausto”.[44] No obstante, si de puro coraje se trata, la hora más gloriosa de Israel fue guerra de 1948. Y la campaña de 100 horas, “audaz” y “brillante”, de Moshe Dayan ya preanunciaba la rápida victoria de Junio de 1967. ¿Por qué, entonces, necesitó la judería norteamericana la guerra de Junio para “borrar el estereotipo”?

El relato de Novick sobre cómo las élites judías norteamericanas vinieron a instrumentar el holocausto nazi no es convincente. Considérense estos pasajes:

“Cuando los líderes judíos norteamericanos trataron de comprender las razones del aislamiento y la vulnerabilidad de Israel – razones que pudiesen sugerir un remedio – la explicación que cosechó el mayor apoyo fue que el debilitamiento de la memoria de los crímenes nazis contra los judíos y la entrada en escena de una generación ignorante del Holocausto, hicieron que Israel perdiese el apoyo del que había gozado.”

“(Mientras) las organizaciones judías norteamericanas no podían hacer nada para alterar el pasado reciente en el Medio Oriente, y muy poco en cuanto a su futuro, podíantrabajar para revivir la memoria del Holocausto. Así, la explicación del »debilitamiento de la memoria « ofreció una agenda para la acción”. (énfasis del original)[45]

¿Por qué “cosechó el mayor apoyo” esa explicación del “debilitamiento de la memoria” al problema en el que se vio Israel después de 1967? De seguro que ésta era una explicación improbable. Como Novick mismo documenta copiosamente, el apoyo que Israel consiguió inicialmente tuvo bien poco que ver con la “memoria de crímenes nazis”[46] y, de cualquier modo, esta memoria se había debilitado mucho antes de que Israel perdiese apoyo internacional. ¿Por qué podían las élites israelíes “hacer muy poco” en cuanto al futuro de Israel? Lo seguro es que controlaban una formidable red de organizaciones. ¿Por qué el “revivir la memoria del Holocausto” fue la única agenda para la acción? ¿Por qué no apoyar el consenso internacional que pedía la retirada de Israel de los territorios ocupados durante la guerra de Junio así como también una “paz justa y duradera” entre Israel y sus vecinos árabes (Resolución 242 de la ONU)?

Una explicación más coherente, aunque menos caritativa, es que las élites judías norteamericanas se acordaron del holocausto nazi antes de Junio de 1937 sólo cuando fue políticamente conveniente. Israel, su nuevo patrocinador, había capitalizado el holocausto nazi durante el juicio a Eichmann.[47] Dada su probada utilidad, la judería norteamericana explotó al holocausto nazi después de la guerra de Junio. Una vez reformulado ideológicamente, El Holocausto (capitalizado como indiqué antes), demostró ser el arma perfecta para desviar la crítica de Israel. Exactamente cómo sucedió es algo que ilustraré de inmediato. Sin embargo, lo que requiere ser subrayado aquí es que, para las élites judías norteamericanas, El Holocausto cumplió la misma función que Israel: otra invalorable ficha en el juego del poder con altas apuestas. La alegada preocupación por la memoria del Holocausto fue tan artificial como la alegada preocupación por el destino de Israel. [48] Así, la judería norteamericana organizada se olvidó rápidamente de la desquiciada declaración de Ronald Reagan en 1985, en el cementerio de Bitburg, cuando dijo que los soldados alemanes (incluyendo a los miembros de las Waffen SS) allí sepultados habían sido tan seguramente víctimas de los nazis como las víctimas de los campos de concentración. En 1988 Reagan fue galardonado con el premio al “Humanitario del Año” otorgado por una de las más prominentes instituciones del Holocausto, el Centro Simon Wiesenthal, por su “firme apoyo a Israel”; y en 1995 con la “Antorcha de la Libertad” por la pro-israelí ADL. [49]

Sin embargo, el exabrupto del Reverendo Jesse Jackson, en 1979, cuando manifestó que estaba “enfermo y cansado de oír acerca del Holocausto” no fue tan rápidamente olvidado. De hecho, los ataques de las élites judías norteamericanas a Jackson nunca menguaron, si bien no por sus “comentarios antisemitas” sino más bien por su “respaldo a la postura palestina” (Seymour Martin Lipset y Earl Raab)[50] En el caso de Jackson, existió además un factor adicional: Jackson representaba a comunidades locales con las cuales la judería norteamericana organizada había estado en pié de guerra desde fines de los 1960. También en estos conflictos, El Holocausto demostró ser una potente arma ideológica.

No fue la supuesta debilidad y aislamiento de Israel, no fue el miedo a un “segundo Holocausto”, sino más bien la demostrada fuerza de Israel y su alianza estratégica con los EE.UU. lo que impulsó a las élites judías a poner en marcha la industria del Holocausto después de Junio de 1967. Aunque sin saberlo, Novick ofrece la mejor prueba para apoyar esta conclusión. Para demostrar que fueron consideraciones de poder y no la Solución Final nazi las que determinaron la política norteamericana para con Israel, Novick escribe: “La época en que los Estados Unidos brindaron el menor apoyo a Israel  fue cuando el Holocausto estaba más fresco en la mente de los líderes norteamericanos – durante los primeros veinticinco años después del fin de la guerra . . . La ayuda norteamericana cambió de un goteo a un torrente no cuando Israel era percibido como débil y vulnerable, sino después de que demostró su fuerza, en la Guerra de los Seis Días.” (énfasis en el original)[51] Este argumento es válido, con la misma fuerza, para las élites judías norteamericanas.

También existen fuentes locales de la industria del Holocausto. Las interpretaciones convencionales señalan la emergencia reciente de “políticas de identidad” por un lado y, por el otro, la “cultura de la victimización”. En realidad, cada identidad se fundaba en una particular historia de opresión; consecuentemente, los judíos buscaron su propia identidad étnica en el Holocausto.

Sin embargo, entre los grupos que denuncian su victimización, incluyendo a negros, latinos, americanos nativos, gays y lesbianas, sólo los judíos no se encuentras desfavorecidos en la sociedad norteamericana. De hecho, las políticas de identidad y El Holocausto se han consolidado entre los judíos norteamericanos, no por un status de víctimas sino porque no son víctimas.

A medida en que las barreras antisemitas cayeron rápidamente después de la Segunda Guerra Mundial, los judíos accedieron a una preeminencia en los Estados Unidos. De acuerdo con Lipset y Raab, el ingreso judío per cápita es casi el doble del de los no-judíos; 16 de los 40 norteamericanos más ricos son judíos; 40% de los Premios Nobel norteamericanos en ciencias y economía son judíos; así como lo es el 20% de los profesores en las principales universidades y el 40% de los socios en los estudios jurídicos más importantes de Nueva York y de Washington.

Y la lista continúa.[52] Lejos de constituir un obstáculo para el éxito, la identidad judía se ha convertido en la corona de dicho éxito. Así como muchos judíos mantuvieron a Israel a una distancia prudencial mientras Israel constituyó una carga y se convirtieron en sionistas renacidos cuando se convirtió en una ventaja, del mismo modo mantuvieron su identidad étnica a prudente distancia mientras la misma constituyó una desventaja y se convirtieron en judíos renacidos cuando se convirtió en ventaja.

En verdad, la historia del éxito secular de la judería norteamericana validó la tesis central – acaso la única – de su readquirida identidad como judíos. ¿Quién iba a poder seguir negando que los judíos eran un pueblo “elegido”? En A Certain People: American Jews and Their Lives Today (Cierto Pueblo: Judíos Norteamericanos y Sus Vidas Actuales) Charles Silberman – un judío renacido él mismo – típicamente exclama: “Los judíos hubieran sido menos que humanos si hubieran desechado por completo toda noción de superioridad”, y “es extraordinariamente difícil para los judíos norteamericanos desechar por completo el sentido de superioridad, por más que puedan tratar de suprimirlo”. De acuerdo con el novelista Philip Roth, lo que un niño judío hereda “no es un cuerpo de leyes, no es un cuerpo de doctrina ni un lenguaje, en última instancia, ni un Señor . . . sino una suerte de psicología:  y la psicología puede ser traducida a cuatro palabras »los judíos son mejores«[53] Como se verá enseguida, El Holocausto fue la versión negativa de su visible éxito mundano: sirvió para validar la condición judía de ser los elegidos.

Hacia los años 1970, el antisemitismo ya no era una característica destacada en la vida norteamericana. Aún así, los líderes judíos comenzaron a hacer sonar las campanas de alarma afirmando que la judería norteamericana estaba siendo amenazada por un virulento “nuevo antisemitismo”.[54] Las principales pruebas de un estudio realizado por la ADL (“por quienes murieron porque eran judíos”) incluyó el espectáculo Jesucristo Superstar de Broadway y a una publicación contracultural que “presentaba a Kissinger como un sicofante  adulador, cobarde, agresivo, servil, tirano, trepador social, manipulador maligno, esnob inseguro y dotado de un inescrupuloso afán de poder” – con lo cual, en todo caso, casi se quedaron cortos.[55]

Para la judería norteamericana organizada, esta histeria artificial acerca de un nuevo antisemitismo sirvió múltiples propósitos. Aumentó el valor bursátil de las acciones de Israel como refugio de última instancia, como si los judíos norteamericanos hubiesen necesitado tener un refugio así. Más allá de eso, las apelaciones de campañas de recolección de fondos por parte de organizaciones judías supuestamente combatiendo el antisemitismo cayeron en oídos más receptivos. Sarte alguna vez observó: “El antisemita se encuentra en la desafortunada posición de tener la necesidad vital de disponer del mismo enemigo al cual desea destruir”[56] Para estas organizaciones judías la inversa es igualmente cierta. Con una oferta declinante de antisemitismo, en años recientes ha estallado una rivalidad sangrienta entre las principales organizaciones judías de “defensa” – en particular entre la ADL y el Centro Simon Wiesenthal.  De paso, en materia de recolección de fondos las supuestas amenazas que enfrenta Israel sirven a un propósito similar. Al volver de un viaje por Israel, el respetado periodista Danny Rubinstein informaba: “De acuerdo con la mayoría de las personas del establishment judío, lo importante es enfatizar una y otra vez los peligros externos que amenazan a Israel . . . El establishment en Estados Unidos necesita a Israel sólo como la víctima de un cruel ataque árabe. Para un Israel así se puede conseguir apoyo, donantes, dinero . . . Todos conocen la suma oficial de las contribuciones recolectadas en el Jewish Appealde los EE.UU., en dónde se utiliza el nombre de Israel pero dónde casi la mitad de la suma no va a Israel sino a las instituciones judías norteamericanas. ¿Acaso existe un cinismo mayor?”  Como veremos, la explotación por parte de la industria del Holocausto de las “desamparadas víctimas del Holocausto” es la más reciente, y probablemente la más fea, manifestación de este cinismo. [57]

Sin embargo, el motivo principal para hacer sonar las campanas de alarma del antisemitismo residió en otra parte. A medida en que los judíos norteamericanos gozaban de un mayor éxito, tanto más se desplazaban constantemente hacia la derecha política. Aunque seguían estando a la izquierda del centro en materia de cuestiones culturales, tales como moralidad sexual y aborto, los judíos se volvieron cada vez más conservadores en cuestiones políticas y económicas. [58] Complementando el giro a la derecha, hubo un giro hacia adentro en virtud del cual los judíos, que ya no se sentían relacionados con sus aliados pobres del pasado, destinaron sus recursos solamente a cuestiones judías. Esta reorientación de la judería norteamericana [59] se hizo claramente evidente en la creciente tensión entre judíos y negros. Tradicionalmente alineados con las personas negras y en contra de discriminaciones de casta en los EE.UU., muchos judíos rompieron la alianza de los Derechos Civiles hacia fines de los 1960 cuando, como dice Jonathan Kaufman “los objetivos de los movimientos por los derechos civiles se desplazaban de demandas por igualdad política y legal a demandas por igualdad económica.” En forma similar, Cheryl Greenberg recuerda que: “Cuando el movimiento por los derechos civiles se desplazó hacia el Norte, hacia el vecindario de estos judíos liberales, la cuestión de la integración adquirió un tono diferente. Con inquietudes entendidas ahora más en términos de clase que de raza, los judíos huyeron a los suburbios casi tan rápidamente como los cristianos blancos para evitar lo que percibieron como el deterioro de sus escuelas y sus vecindarios.” La culminación memorable de esto fue la prolongada huelga de los docentes de Nueva York en 1968 que enfrentó a un sindicato profesional mayormente judío contra los activistas de una comunidad negra que luchaban por el control de las escuelas que desmejoraban. Los informes sobre la huelga mencionan con frecuencia un antisemitismo marginal. La erupción del racismo judío – no muy lejos de la superficie antes de la huelga – se recuerda con menor frecuencia. Más recientemente, aparecieron de modo destacado publicistas y organizaciones judías con esfuerzos por desmantelar los programas de acción afirmativa. En pruebas de la Suprema Corte – DeFunis (1974) y Bakke (1978) – el AJC, la ADL y el Congreso AJ, reflejando aparentemente un sentimiento judío predominante, presentaron testimonios oponiéndose a la acción afirmativa.[60]

Moviéndose agresivamente para defender sus intereses corporativos y de clase, las élites judías calificaron de antisemita a toda oposición a sus nuevas políticas conservadoras. Así, Nathan Perlmutter, directivo de la ADL, sostuvo que el “verdadero antisemitismo” en los EE.UU. residía en iniciativas políticas “corrosivas para los intereses judíos” tales como la acción afirmativa, los recortes en el presupuesto de defensa, el neo-aislacionismo, así como la oposición al poderío nuclear y hasta la reforma del Colegio Electoral.[61]

El Holocausto llegó a desempeñar un papel crítico en esta ofensiva ideológica. Lo más obvio es que la evocación de la persecución histórica permitió desviar la atención de las críticas actuales. Los judíos hasta podían hacer referencia al “sistema de cuotas” que habían padecido en el pasado como un pretexto para oponerse a los programas de acción afirmativa. Más allá de ello, sin embargo, el esquema del Holocausto concibió al antisemitismo como un odio gentil estrictamente irracional hacia los judíos. Excluyó la posibilidad de que la animadversión contra los judíos podría estar fundada sobre un real conflicto de intereses (sobre esto después habrá más). El invocar al Holocausto fue, por lo tanto, una maniobra para deslegitimar toda crítica de los judíos: cualquier crítica sólo podía surgir de un odio patológico.

Así como la judería organizada recordó al Holocausto cuando el Poder de Israel llegó a su grado máximo, del mismo modo recordó al Holocausto cuando el poder judío norteamericano llegó a su punto máximo. El pretexto, sin embargo, fue que, tanto en un caso como en el otro, los judíos se hallaban ante un inminente “segundo Holocausto”. De este modo las élites judías norteamericanas pudieron adoptar poses heroicas mientras se dedicaban a una matonería cobarde. Norman Podhoretz, por ejemplo, después de la guerra de Junio de 1967 fogoneó la nueva resolución judía instando a “resistir a cualquiera que, de cualquier forma y en cualquier grado, y por cualquier motivo en absoluto intente hacernos daño . . . A partir de ahora estaríamos parados sobre nuestro propio terreno.”[62] Así como los israelíes, armados hasta los dientes por los Estados Unidos, ponían valerosamente en su lugar a los levantiscos palestinos, del mismo modo los judíos norteamericanos ponían valerosamente en su lugar a los díscolos negros.

El descargar todo sobre los que menos capacidad tienen para defenderse: ése es el verdadero contenido del coraje que ostenta la judería norteamericana organizada.