Las autopsias practicadas en los cadáveres diagnosticados antes
del fallecimiento han demostrado que’ el diagnostico fue
verídico solamente en un cincuenta por ciento.
Cabot de la Universidad de Harvard.

Al visitar los hospitales y consultorios oficiales, se recibe una impresión deprimente, contemplando, primero, los desgraciados que a ellos acuden en busca de salud, y luego, la actitud mixta de interrogación y admiración de los sacerdotes de la ciencia médica que en ellos ofician.

Luchan éstos, y generalmente se quejan de que el paciente acude en su busca tan a destiempo, cuando la enfermedad ya se habrá vuelto grave, y quizás incurable! cuando se trata de enfermos’ desconocidos; se duelen, al ver a los .suyos en iguales circunstancias y de que la medicina actual no tenga procederes de diagnóstico más claros y precisos. Y el desfile de enfermos incurables se eterniza, pintada en su cara, la triste actitud el “Ave César” de los gladiadores romanos.

Y así es de ver el grado de intensidad con que observan al paciente en su aspecto externo, para descubrir una pigmentación amarillenta que indique el paso de la bilis al torrente circulatorio, y, en consecuencia, un trastorno hepático, o edemas en pies, manos, párpados, etc., que le pongan sobre la pista de una enfermedad del corazón o riñones; o bien, un aspecto pajizo de la piel, que le indique la naturaleza cancerosa de una tumefacción indeterminada. . .

Pero ¡cuántas veces faltan estos síntomas exteriores! Y, en los aparentes, al ser vistas, ¡es que la enfermedad no l1cgó al período culminante y algunas veces incurable? Para ver de descubrirla en sus comienzos, palpa, percute, ausculta, usa Rayos X, y analiza en el laboratorio, con reactivos y microscopios, humores y tejidos que, cuando dan la reacción del mal, es que éste asentó ya sus reales; y aun así, ¡cuántos Wasserman negativos, en sifilíticos confirmados por la clínica y confesión del mismo enfermo!; ¡cuántos bacilos de Koch no aparentes, en esputos de tuberculosos caquéxicos!; ¡cuántos cortes interrogantes al microscopio, de cánceres incipientes, y, por tanto, perdiendo el momento preciso para salvar holgadamente la vida del desdichado… ! Da. risa y pena, al mismo tiempo, el haberse hecho aforística la frase: “Resultado negativo de una reacción no predice la ausencia de la infección o afección que se buscaba”. Y así la medicina oficial va actualmente cabalgando sobre un Rocinante ciego, que bordea precipicios, llevando sobre sus hombros inseguros la Humanidad doliente.

¿Quién no ha oído decir a su médico, honradamente: “Aun no veo claro de, qué se trata. Hagan ustedes tal o cual cosa hasta mañana y veremos” ¿No es lastimoso, y hasta criminal, perder un tiempo que pudiera emplearse para la curación? Yo recuerdo muchos casos, en que no se descubrió una apendicitis, confundiéndola con un dolor de vientre cualquiera; y, al día siguiente, el enfermo ya estaba muerto. ¿Por qué, si reconocemos esto, nos mostramos tan escépticos a todo cuanto nuevo se nos presenta, no admitiéndolo hasta que la generalización nos convence? Del modo cómo son vistos y tratados los enfermos cuya falta de recursos obliga a concurrir en busca de alivio a sus dolencias a hospitales y dispensarios gratuitos, no quiero hablar. Creo que por el solo hecho de serlo, todo desgraciado merece respeto y consideración y mucho más de aquellos que debieran considerar la ciencia como un verdadero sacerdocio y por sus conocimientos, hacerse cargo de las atenciones que merece con la’ miseria, la desgracia y los sufrimientos ajenos.

Repetimos aquí la observación con que empezamos este capítulo: “Las autopsias practicadas en los cadáveres diagnosticados antes del fallecimiento, han demostrado que el diagnóstico fue verídico solamente en un cincuenta por ciento”.

Es necesario buscar horizontes nuevos.

He ahí una responsabilidad del médico, que en una especie de delirio de grandezas, ignora su propia ignorancia, al rechazar las innovaciones.

Hoy se tiene la creencia general, de que el diagnóstico no debe hacerse hasta que los síntomas más característicos estén declarados; y suele acontecer que, una vez completo el cuadro de síntomas, acostumbran ser éstos tan complejos, múltiples y difusos, que causan una verdadera confusión.

Entonces se recurre al diagnóstico diferencial, el cual, según previenen multitud de autores, puede suscitar gravísimas dificultades de orden clínico; por lo cual debe dejarse en suspenso y aguardar con paciencia el curso de la enfermedad.

Esto acontece muy especialmente en afecciones como la parálisis general, las ataxias y los tumores cerebrales.

Cuando cualquier órgano de nuestro cuerpo enferma, la desarmonía o degeneración ha de empezar en la parte más pequeña, en la misma célula; y entonces vemos que antes de que cualquier otro síntoma se manifieste -es decir, mucho antes de que se produzca dolor o malestar-:-, repercute el mal en la palma de la mano y produce la señal correspondiente.

Uno de los hombres más eminentes de Alemania, el profesor Preyer de Jena, ha comprobado con instrumentos finísimos como el micrómetro, que cada emoción o pensamiento surgido o actuado en nuestro cerebro, produce contracciones musculares en la palma de la mano, dejando huellas imborrables,.

Si esto sucede con simples emociones, ¿cuánto más seguro sucederá esto con las enfermedades? Además, Meissner, otra autoridad, comprueba en sus estudios’ sobre los corpúsculos de Pacini y los corpúsculos cilíndricos de los órganos táctiles, la relación que existe entre el cerebro humano y la mano, opiniones confirmadas asimismo por Krause.

No se trata, pues, como se ve, de un simple charlatanismo empírico sino de algo serio apoyado en estudios de hombres de ciencia cuya competencia nadie se atreverá a poner en duda y el nombre sólo de estos sabios deberían ser un llamado a. los médicos para ocuparse de este método para diagnosticar: Hasta ahora, que yo sepa, no existen más que dos obras sobre esta materia: la de Issberner-Haldane y la presente, todas las demás entremezclan .la Quiromancia con la Quirología, sobre todo el Dr.

Loner; pero Issberner-Haldane, que sin ser médico está dotado de un gran espíritu de observación, y yo, hemos podido hacer un intercambio de estudios, que nos ha llevado. a conclusiones matemáticas; precisas.

La observación de más de treinta mil casos nos ha comprobado que siempre se repite el mismo signo’ para la misma enfermedad, Debo advertir a los compañeros .en Medicina, que, en mi práctica diaria, ya en calidad de médico militar (*), ya de ayudante o director de hospitales, tanto en pacientes propios como en ajenos, he recogido observaciones clínicas durante más de veinte años, y que a diario me he convencido más y más de que la Quirología es una de las pocas cosas matemáticas en Medicina…

No se trata tampoco de un asunto reciente y de nueva invención. La historia de la Quirología se pierde en las neblinas de los siglos.

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(*) Véase “Enciclopedia Espasa”, tomo 28, segunda parte, Pág., 3435.

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